El nuevo sello que circula con la leyenda “Ministerio de Seguridad Nacional — República Argentina” combina símbolos patrios en un montaje gráfico que remite, con fuerza, a los sellos y emblemas de agencias federales de Estados Unidos. Más allá del diseño, la elección estética plantea preguntas políticas: ¿qué narrativa de seguridad se pretende transmitir, qué legitimidad busca y qué efecto tiene en la percepción democrática?
Por Federico Velázquez — Tiempo de Poder
A simple vista el emblema funciona: un óvalo central con símbolos del acervo argentino (gorro frigio, manos entrelazadas, corona de laureles) envuelto por un anillo con el nombre institucional. Pero la imagen global —el águila dorada desplegando sus alas, la paleta azul oscuro y dorada, la disposición circular del texto— dialoga mucho más con la iconografía de sellos federales de Estados Unidos que con la heráldica argentina tradicional. Esa hibridación no es sólo una elección estética. Las imágenes públicas funcionan como lenguaje: dicen quién manda, cómo piensa el poder y qué modelo institucional se pretende emular.
El águila, en la tradición norteamericana, no es un adorno inocuo: es símbolo de soberanía, alcance federal y, sobre todo, de autoridad ejecutiva y coercitiva. Reproducir ese símbolo —expresado aquí en clave dorada y monumental— sugiere un deseo de proyectar fortaleza, control y profesionalismo técnico, atributos que el imaginario público asocia con agencias de seguridad de alto perfil. En una democracia, la manera en que el Estado se representa importa: emblemas que remiten a aparatos de poder extranjero pueden buscar tanto buscar prestigio como neutralizar cuestionamientos mediante la estética de “seriedad” y “eficiencia”.
El diseño yuxtapone elementos nacionales dentro de una composición que, en su espíritu, es securitaria. Ese trasplante semiótico puede leerse en dos claves no excluyentes:
Aspiración profesionalizante. Imitar la iconografía de agencias exitosas fuera de nuestras fronteras como estrategia para conferir sentido de modernidad institucional.
Securitización política. Normalizar la presencia de un Estado “fuerte” en el campo simbólico, lo que a la larga puede legitimar prácticas de control más firmes o menos permeables al escrutinio público.
En ambos casos, la cuestión no es sólo estética: es un indicador de prioridades conceptuales sobre el rol del Estado en seguridad.
La heráldica republicana argentina se construyó sobre símbolos (pica y gorro, manos entrelazadas, laureles) que remiten a la emancipación, la unión y la república. Al reencuadrarlos dentro de una estética foránea —especialmente la del águila como figura central— se produce una tensión: se respeta el repertorio simbólico patrio pero se altera su lectura. Ya no es tanto un emblema que celebra la soberanía nacional expresada por el pueblo, sino una marca que busca comunicar orden, verticalidad y autoridad técnica. Esa transformación simbólica tiene efectos: modifica cómo la ciudadanía interpreta las intenciones del organismo que lo porta.
Cuando un ministerio opta por ese lenguaje visual se generan, al menos, tres riesgos democráticos concretos:
Naturalización del aparato de seguridad: la monumentalidad gráfica reduce la visibilidad de mecanismos de control ciudadano sobre esas instituciones.
Desplazamiento del discurso civil: la estética remite a lo “técnico” y lo “profesional”, lo que facilita que decisiones de carácter político se presenten como meras cuestiones de gestión o seguridad.
Exteriorización de modelos: la imitación acrítica de modelos foráneos evita un debate público sobre qué modelo de seguridad queremos, adaptado a nuestras instituciones y principios republicanos.
Este emblema nos permite inferir prioridades: la búsqueda de reconocimiento internacional o el deseo de imponer una nueva solemnidad institucional. Pero también revela algo más inquietante: la comunicación simbólica puede preceder a decisiones políticas. Antes de que lleguen las leyes, las prácticas o las reorganizaciones, la semiótica del Estado prepara el terreno. Y en ese terreno, la estética de fuerza y mando funciona como dispositvo para construir aceptación social.
Un emblema no es malvado por sí mismo. Pero su adopción requiere transparencia: ¿quién lo encargó?, ¿qué objetivos comunicacionales persigue?, ¿se consultó a diseñadores heráldicos o a instituciones de la memoria republicana? Sin respuestas, el sello corre el riesgo de ser interpretado como un gesto autoritario o, cuando menos, como una decisión tomada al margen del debate democrático.
La mezcla del águila y los emblemas nacionales en el sello del “Ministerio de Seguridad Nacional” constituye algo más que una tendencia de diseño: es un mensaje. Ese mensaje habla de autoridad, de modelos importados y de una visión de seguridad que privilegia la estetización del poder. En democracia, todo símbolo del Estado merece una explicación pública. Reclamar esa explicación no es una frivolidad estética: es un paso indispensable para sostener la transparencia, la rendición de cuentas y el sentido republicano de las instituciones.
Bromatología secuestró y destruyó decenas de supuestas milanesas vendidas en la Feria Patronal de Loreto: estaban hechas con papel higiénico y cartón. El puesto quedó inhabilitado y su dueño no podrá volver a trabajar en la ciudad. Un episodio insólito que mezcla fe, feria y un nivel de viveza tan grotesco que ni el más creativo diría “esto es exagerado”.
2025-12-12 13:58:50
Crónica de un "negocio" insólito. Un empresario de Comodoro Rivadavia, que ya tenía un auto turbio de Susana, compró el juego de té con el que Yiya Murano mandó a mejor vida a tres amigas. El hijo de la "Envenenadora" finalmente cerró la venta.
2025-12-12 13:09:14

© Tiempo de Poder. All Rights Reserved. Desarrollo QueStreaming.com